Cada cierto tiempo surge en el panorama cinematográfico una película que, si bien no esconde su espíritu blockbuster, va un poco más allá de lo que suele ofrecer un producto palomitero típico y se convierte en una obra francamente reivindicable y que pone de acuerdo a crítica y público. Si una película cumple esta definición este 2017 es sin duda ‘Baby Driver’, de Edgar Wright.
Por cierto, si quieres ambientarte a tope del espíritu de Baby Driver puedes leer esta crítica mientras disfrutas de su variada BSO.
¿Cine de acción o cine musical?
El planteamiento de ‘Baby Driver’ no podría ser más sencillo: Baby (el joven Ansel Elgort) es un as al volante que, debido a una deuda contraída con Doc (Kevin Spacey), se ve obligado a ser el conductor de los atracos que organiza este maestro del crimen. En medio conocerá el amor y deberá luchar contra sus fantasmas del pasado mientras intenta sobrevivir a varias misiones, a cual más peligrosa.
En manos de otro director, tal planteamiento hubiese dado para una película para salir del paso, de gran parafernalia pero poca personalidad. Edgar Wright, por suerte, ha cogido las riendas de su proyecto convirtiéndolo en un filme de acción rodado con gran maestría y donde imagen y sonido casan a la perfección.
Efectivamente, ‘Baby Driver’ es un gran espectáculo cinematográfico por su apartado visual pero lo es más todavía por la excelente simbiosis que esta tiene con la música, un personaje más de la película.
Una playlist muy movida
Usando como pretexto el problema auditivo del protagonista (su continuo zumbido en el oído), Wright utiliza la banda sonora de forma diegética (oímos lo que oye Baby en su iPod) pero para articular la acción. Cada persecución en coche o a pie, cada escena de tiroteo o incluso cada escena de transición está absolutamente sincronizada con la música que escucha Baby.
Da igual lo que suene: de Lionel Richie a T-Rex, pasando por el mítico “Tequila”, uno de los himnos más épicos de Queen o una canción de una película de Disney, todos los temas de la larga treintena que aparecen en ‘Baby Driver’ no podrían estar más justificados y no podían ser más necesarios.
Se habla de ‘La La Land’ como renovador del cine musical, pero, ¿qué hay más innovador que coger el planteamiento clásico de una película de atracos y convertirlo en un auténtico espectáculo sonoro donde cada nota tiene su equivalente en un plano?
Pinceladas precisas
Dicho esto se podría pensar que ‘Baby Driver’ no va más allá del espectáculo audiovisual (lo cual no es poco), pero no es así: puede que su trama no sorprenda y que adivinemos pronto quién será el malo final, pero los personajes, a pesar de caer en algún que otro tópico, logran convencernos a pesar de tener las pinceladas justas.
De Baby a Doc, pasando por sus compañeros de sus sucesivas bandas, el padre adoptivo del muchacho o su interés romántico, Debora (Lily James) todos tienen sus motivaciones y sus momentos de lucimiento. Lo mejor de todo es que Wright logra esto haciendo que en todo momento veamos la acción en los ojos (y oídos) del personaje de Baby, sin necesitar de la típica escena donde el malo de turno se descubre sin que el personaje principal esté presente.
Algunos críticos acusan a ‘Baby Driver’ de contener personajes femeninos planos pero, francamente, no encuentro a los personajes interpretados por Eiza González o Lily James más planos que el del resto de compañeros: la primera, Darling, a pesar de ser pareja de otro de los ladrones, es una atracadora con los mismos recursos que sus compañeros y que no se limita a ser un florero y la heroína, Debora, puede que sea fácilmente enamoradiza, pero no más que Baby, además de demostrar finalmente que no es una damisela en apuros.
Que un chiste no te arruine una buena secuencia de acción
‘Baby Driver’ tiene un tono desenfadado, a lo que ayuda su planteamiento musical y su acción pasada de vueltas, pero quizás decepcionará a aquellos que esperen recuperar el Edgar Wright más cómico: los personajes de la película están lejos de ofrecer esas interpretaciones cómicas de Simon Pegg y compañía y, aún siendo excéntricos no llegan al nivel de los comiqueros villanos de ‘Scott Pilgrim contra el mundo’.
Es más, en determinado punto, la película olvidará su tono cómico y se irá oscureciendo hasta su acto final, cada vez más crudo y violento.
Este acto final (y más concretamente, en su epílogo) es donde la película pierde fuelle. Esto no ocurre tanto por la pérdida de humor sino porque en ese momento se diluyen los esfuerzos de Edgar Wright por darle la vuelta a lo que ya hemos visto infinidad de veces en el cine de acción: en este punto ‘Baby Driver’ no sorprende ni impacta, incluso te planteas si no hubiese sido mejor recortar sus minutos finales.
Los clásicos, en la distancia
A pesar de la pérdida de fuelle en el final, ‘Baby Driver’ es tan divertida y trepidante que no podemos hacer otra cosa que recomendarla. Con ella Edgar Wright ha conseguido mantener algo de la esencia de las películas clásicas con conductor temerario sin caer en la nostalgia o el plagio a este tipo de filmes (sí, eso que borda el gran Taratino).
El tono retro quizás hubiese funcionado (recordemos ‘Dos buenos tipos‘), pero Wright ha preferido trufar su show de referencias de la cultura pop más reconocibles para el público actual, quizás porque no busca a ese público especializado (y algo “friki”) a la caza de referencias sino al público mainstream y de todas las edades que quiere pasar un buen rato de calidad.
Y la verdad, hace bien. El público que va al cine solo para pasar el rato se merece más películas como ‘Baby Driver’, cine hecho con el ánimo de hacer buenas cifras de taquilla pero sin sacrificar el arte. Porque sí, lo que ha hecho Wright a nivel audiovisual creo que se merece ese calfiicativo (y algún que otro reconocimiento en forma de premios del gremio).
Lo mejor
- La conjunción perfecta entre música e imagen
- Los personajes secundarios consiguen captar la atención con breves pinceladas
Lo peor
- Un acto final demasiado previsible
- Un poco más de humor no le hubiese sentado mal