“Los demonios no vienen del infierno, vienen del cielo”. Esta sentencia que lanza Lex Luthor (Jesse Eisenberg) a la senadora Finch (Holly Hunter) en referencia al cuadro invertido con la imagen de lucha entre Ángeles y Demonios, revela tanto ese miedo/odio ancestral del ser humano a lo desconocido, como la desmitificación de las criaturas celestiales como seres guardianes. La confrontación entre Dios y el hombre, lo divino y lo humano y su posterior juicio final, se presta como el núcleo argumental en esta colosal producción de superhéroes.
La gran rivalidad entre DC y Marvel Comics se ha extrapolado del papel a la gran pantalla y en este sentido en los últimos años, el universo creado por Stan Lee, ha ganado mucho terreno dentro de la industria del cine. Es por eso que Warner ha puesto toda la carne en el asador con este filme, contando con el equipo de producción de El hombre de Acero’, con Zack Snyder en la dirección, David Goyer y Chris Terrio al guión, Hans Zimmer como compositor, los Nolan en la sombra, etc.
Dioses y Monstruos
Batman v. Superman: El amanecer de la justicia es en realidad un punto de encuentro, un escenario donde tanto Warner y DC pretenden hacer confluir toda una línea de productos cinematográficos con los superhéroes de la editorial como figuras principales. Cierto es que los “crossovers” raramente funcionan, lo hemos visto en otras populares sagas cinematográficas, sin embargo estos cruces nunca fueron concebidos para tomarse demasiado en serio.
Batman v Superman peca justamente de lo contrario, los guionistas han elaborado un libreto inconexo, fragmentado, lleno de lagunas y que pretende ser demasiado serio (que no adulto) y relevante. Quizás el problema ha sido de exceso de ambición, queriendo abarcar demasiado, presentando el inicio del proyecto de La Liga de la Justicia y al mismo tiempo desarrollar una continuación del El hombre de acero.
Sin embargo es indudable que el arranque es prometedor, con Bruce Wayne siendo testigo directo de la batalla a muerte en Metrópolis entre Superman contra Zod. Su mirada al cielo, con esa expresión de rabia contenida, sirve como declaración de intenciones del devenir de la historia.
Un argumento irregular con un reparto poco iluminado
Una trama que gira sobre tres ejes: Superman/Clark Kent, Batman/Bruce Wayne y Lex Luthor. Sin embargo, sólo el segmento del hombre-murciélago se sostiene, parece que ante la necesidad de dotar de ritmo a la cinta (de esto no falta), ha derivado en un montaje demasiado brusco y confuso, algo que perjudica al espectador a la hora de empatizar y comprender la actuación y situación de los personajes. A pesar de ello, la narración avanza, hasta el (accidentado) giro argumental en el senado.
A partir de ahí, los acontecimientos que se suceden pasan de lo inverosímil a lo absurdo (a excepción del esperado enfrentamiento entre héroes, que aunque no defrauda, se hace corto y se resuelve de un modo burdo). El filme se desmorona completamente en un último acto que cae en el tópico del “Final Boss” (que recuerda al último tercio de ‘Spiderman 3’, para que no nos acusen de sectarios). Con una sobredosis de épica artificial a base de CGI atronadora (y agotadora), salvo por ese rayo de luz de esperanza que nos aporta Gal Gadot y su potente irrupción como Wonder Woman.
Las interpretaciones tampoco son un punto a favor, da la sensación que la dirección de actores ha brillado por su ausencia, porque la falta de carisma del reparto es alarmante. Henry Cavill, que sigue encajando como un guante físicamente en la piel de Superman, no aporta nada nuevo a lo que ya vimos de su trabajo en El hombre de Acero. El personaje, ya instalado en Metrópolis parece que no evoluciona en absoluto, y le perjudica esa versión de Superman como ser omnipresente, desorientado e inconsciente de todo su poder, una especie de pariente cercano del Doc. Manhattan de Watchmen (excepto por la inteligencia).
La escena en la que el hombre de acero queda envuelto por una marea de gente idolatrando su figura solemne, nos deja esa imagen Hegeliana de la divinidad al filo de la caída, la degradación, la humillación. Y es que el último hijo de Krypton es muy maltratado durante todo el metraje.
Ben Affleck cumple mejor de lo que esperábamos en el rol de un Batman/Bruce Wayne ya veterano, traumatizado y vengativo, más justiciero solitario que nunca. A pesar que rompa los códigos del Batman heroico-clásico (no duda en matar enemigos, o marcarlos con su batarangs) esta cínica versión del murciélago (a lo Harry el sucio) da la talla y es quizás lo más curioso y positivo del filme, aunque no nos haga olvidar del todo la interpretación de Christian Bale en la trilogía de Nolan.
Finalmente tenemos a Jesse Eisenberg que parece que quiere mostrarnos un Lex Luthor bastante distinto a los anteriores referentes fílmicos, y aunque no dudamos de las buenas intenciones del actor, y teniendo probablemente los mejores diálogos del filme, su histriónica interpretación cae en la caricatura, acuñando todos los tópicos del malo de manual. Nos encontramos ante un joven caprichoso, megalómano, poderoso y completamente loco, desde el primer momento. Un villano al que no comprendemos en absoluto, que ni impone ni llega a impresionarnos en ningún momento.
En cuanto al resto de secundarios, se hecha en falta más metraje para la mayoría de ellos; Jeremy Irons, Holly Hunter, Laurence Fishburne, Diane Lane o Gal Gadot llenan la pantalla con su presencia, pero una vez más, adolecen de tener escasa repercusión en la trama (sólo Amy Adams en el rol de Lois Lane parece tan omnipresente como el propio Superman).
Una gran apuesta para contrarrestar a Marvel
A nivel visual, la cinta mantiene el tono de su antecesora: barroca, sobrecargada, oscura. Completamente opuesta al colorista (y optimista) visión de Marvel. Snyder quiere ser escrupuloso con la estética del cómic, de ahí ciertos paralelismos con su visión fílmica de Watchmen. Los guiños no acaban ahí, novelas gráficas como “The Dark Knight Returns”, “Injustice Gods Among Us” o “The Death of Superman”, han servido de clara referencia para la película. La pesadilla de Bruce Wayne sobre la muerte de sus padres en la puerta del cine, la visión premonitoria de la captura de Batman por parte de Superman en ese futuro post-apocalíptico, el famoso cara a cara o la escena final en el cementerio, son las escenas más destacadas (y destacables) de la película y auténticas traslaciones de las viñetas de los cómics.
Batman v. Superman: El amanecer de la justicia como concepto estaba destinada a la polémica, a la bipolarización, y desde luego podía haber sido un gran vehículo para la futura Liga de la Justicia. Aunque aplaudimos la valentía de Zack Snyder y compañía al afrontar un proyecto tan arriesgado, al final, queda una sensación de ocasión perdida, con una cinta apresurada que queda en tierra de nadie.
Quizás Warner y DC se han arriesgado demasiado, pretendiendo además realizar “la película definitiva de Superhéroes”, con ese tono grandilocuente, heredado de la trilogía del Caballero Oscuro. Y la realidad es que sólo cumple como un (caro) ejercicio de puro espectáculo, ya que no estamos ni ante el mejor Batman, ni el mejor Superman, ni siquiera estamos ante la mejor película de Superhéroes. ¿Es una gran superproducción? Sin duda ¿Entretiene? Por supuesto… ¿Era necesaria? Lo dudamos mucho.
Suponemos que el público dictará sentencia en la taquilla, por ahora. Pero al final, el tiempo será el auténtico juez que situará a esta cinta, o bien como una rareza olvidable o por el contrario como una pieza esencial en el arranque y confluencia de un nuevo universo de superhéroes cinematográficos.
Lo mejor:
- Ben Affleck y su versión de Batman como “cowboy” vengador.
- El primer acto del filme, desde el arranque en Metrópolis hasta la escena en el senado.
- Todas las escenas inspiradas en las novelas gráficas.
- La imponente (aunque breve) irrupción de Wonder Woman.
Lo peor:
- Un guión tan lleno de agujeros como previsible.
- Ésta versión celestial de Superman, con un Henry Cavill poco inspirado.
- Jesse Eisenberg como villano, y su plan maestro, son una caricatura.
- Su último tercio, con la prescindible aparición de otro gran enemigo, además de ser forzado, carece de sentido.