El cine de Pedro Almodóvar lleva con nosotros casi 40 años, desde esa rareza (incluso aún ahora) llamada ‘Pepi, Luci y Bom y otras chicas del montón’ (1980) hasta la actual ‘Dolor y Gloria’. En estas casi 4 décadas hemos seguido de cerca el cine del manchego, hemos visto su evolución y crecimiento, sus momentos de gloria (Oscars incluidos) y sus patinazos ya entrada la madurez. Gracias a todo este cine, que siempre ha transitado entre el melodrama clásico y la comedia, todos sus seguidores nos hemos podido hacer una imagen mental de cómo es Pedro cuando se apagan los focos.
Pero la realidad es que poco sabemos cómo es Almodóvar, ya que nunca ha sido dado a airear su vida privada y lo poco que se sabe de él es por información de terceros. Pero, ¿acaso el artista tiene la obligación de decirnos cómo es? No, no tiene por qué hacerlo, y de hecho el misterio a veces es la mejor arma para que se geste una leyenda.
¿Almodóvar 20 y medio?
Todos creíamos que Pedro Almodóvar quería mantener ese misterio y por eso a sus casi 70 años sorprende que se lance con una película como ‘Dolor y Gloria’, que a priori parece un acto de abrirse en canal, un auténtico ‘Ocho (Veinte) y Medio’ almodovariano.
Tras haber visto a dos remotos alter-ergos de Almodóvar (Eusebio Poncela en ‘La ley del deseo’ y Fele Martínez en ‘La mala educación’) por fin el manchego se atreve con un alter-ego total, el torturado Salvador Mallo al que interpreta Antonio Banderas. El intérprete está excelente mimetizándose con su director y amigo, creando un personaje complejo que, sin ser imitación o parodia de este, es obviamente un claro reflejo del cineasta.
Sus enfermedades, cada vez más graves, son el vehículo perfecto para iniciar su historia. De esta forma ‘Dolor y Gloria’ alternará la actual vida casi ermitaña de Mallo con sus recuerdos de infancia, donde destacan los momentos con su madre (Penélope Cruz) y el descubrimiento del deseo gracias a un joven albañil (César Vicente, prometedor debut junto al Mallo niño, Asier Flores).
Almodóvar demuestra el gran narrador que es en cómo vehicula las secuencias de la infancia de Mallo, con una fotografía luminosa y un tratamiento idílico (¿acaso a menudo no se recuerda la infancia como más bonita de lo que fue?) con las del tiempo actual, con una puesta en escena de estética potente pero mucho más realista.
A pesar de esta mezcla de retazos, ‘Dolor y Gloria’ es un relato consistente y sin mareos para el espectador: los pasos de pasado a presente y viceversa están realmente bien hilvanados y son perfectos para contar su historia.
Aparcando el ego
En manos de otro director, ‘Dolor y Gloria’ habría sido una película sobre el ego, un ejercicio de autoadmiración (o autoflagelación). Si bien el personaje de Salvador Mallo es omnipresente, lo es desde la humildad. Almodóvar sabe construir un relato donde sus personajes secundarios están hechos para vehicular la historia de Mallo, pero el respeto y cariño con el que los trata hacen que puedan brillar en muchos momentos.
Por un lado tenemos el eterno homenaje a las mujeres. Como en casi todo su cine, las mujeres de ‘Dolor y Gloria’ son casi hadas madrinas, ya sea en la figura de la madre (Cruz de joven y Julieta Serrano en su madurez) o de la mucho más que asistente personal, Mercedes (Nora Navas); figura, quizás, inspirada en Esther García, mano derecha de Almódovar en su productora desde 1986.
La madre, Jacinta, bien podría ser una de esas vecinas que se arreglaban entre ellas en ‘Volver’, y la asistente, Mercedes, es una de esas mujeres resueltas y capaces de darlo todo por sus amigos, como la Manuela de ‘Todo sobre mi madre’.
Ahora bien, ¿tienen un tratamiento tan positivo los secundarios masculinos? Igual que con las mujeres, Almodóvar decide crear en las figuras masculinas que no son Mallo pequeños homenajes a los hombres que han pasado por su vida. El episodio con su amor de juventud, Federico (Leonardo Sbaraglia) es entrañable y el personaje del actor, Alberto (Asier Etxeandia), es todo un homenaje a la profesión de intérprete.
Exteandia, actor con muchas tablas en el teatro, puede lucirse en un monólogo que es clave en la película. Al fin y al cabo, más allá de la importancia en la trama, esta secuencia es una declaración de amor al oficio de actor, y quizás un acto de humildad de un director que, por algunos intérpretes con los que trabajó, fue acusado de tirano. ¿Está usando al personaje de Alberto como acto de perdón hacia todos esos compañeros con los que acabó mal?
Curiosamente, a pesar del drama imperante, ‘Dolor y Gloria’ no busca culpables, no busca antagonistas y, si los hay, están fuera de campo. La luminosa figura de la madre (ya sea joven o mayor) contrasta con la casi total ausencia del padre (Raúl Arévalo), que solo aparece en una secuencia.
Dolor y Gloria respira verdad, aunque no lo sea
Nunca sabremos qué hay de autobiografía en ‘Dolor y Gloria’ y que hay de parte ficticia. Pero como decíamos al principio de este artículo, ¿qué más dará? Las grandes leyendas del cine se han gestado más a base de zonas sombrías que de hechos. Además, más allá de su posible componente autobiográfico, lo importante de la película que nos ocupa es que es redonda a muchos niveles.
Almodóvar ya alcanzó la madurez como director hace muchos años, pero ‘Dolor y Gloria’ da un paso más: estamos ante una película que es todo un ejercicio (seguro que nada fácil) de reflexión para el autor, un acto de generosidad hacia aquellos que llevan tantos años siguiéndole.
Si bien lo fácil hubiese sido hacer una obra nostálgica y llena de autorefencias (que las hay, pero no abusa de ellas), el cineasta opta por el camino del gran melodrama, por un melodrama que, sea basado en hechos o no, respira verdad. Puede que los hechos no fueran así, pero sí las emociones…y con eso nos basta.