Profesor Lazhar. Opinión

 

Profesor Lazhar

Estamos ante uno de esos títulos a priori menores pero que acaban despertando el interés debido a el boca-oreja favorable que suscitan, uno de sus reclamos principales fue su reciente nominación al Oscar como mejor film de habla no inglesa representando a Canadá. La obra a está inspirada en una famosa pieza teatral de Evelyne de Cheleniere.

La trama de ‘Monsieur Lazhar’ arranca desde la tragedia, donde una profesora de primaria de un colegio de Montreal es hallada ahorcada en su propia aula por dos de sus jóvenes alumnos. A partir de aquí es cuando irrumpe la figura del señor Lazhar como profesor sustituto y que se verá ante la encrucijada de afrontar o evitar un tema tan delicado como el de la muerte. Pero no sólo el concepto de la pérdida aborda el film, sino también el de la integración social, el crecimiento y la asimilación, además del sentimiento de miedo e incomprensión que cargan en su mochila diariamente nuestros pequeños escolares.

La cinta hace evidente las dificultades del educador en un sistema tan encorsetado, pero tampoco ensalza la figura del mismo, sino todo lo contrario, realiza una dura crítica ante el perfil de profesor adoctrinador, acomodado en su posición y aunque parezca una contradicción, tan alejado del aprendizaje. Ni siquiera el mismo Lazhar tiene nada en especial, salvo que su procedencia y experiencias vitales le hacen ver la vida desde otra óptica.

Profesor Lazhar

Una cinta que toca la fibra sensible, sin artificios

La interpretación de Mohamed Fellag (un clásico del teatro parisino) como el argelino Bachir Lazhar es brillante en todos los sentidos, sobre todo en cuanto a lenguaje no verbal, su carisma se transmite en la pantalla y su personaje consigue arrancarnos la empatía necesaria, (contrariamente a la mayoría de sus desconcertados alumnos). Mención especial para los niños que comparten el aula, de una naturalidad fuera de lo común, (se vislumbra un gran trabajo de casting) destacando a los pequeños protagonistas Alice (Sophie Lenisse) y Simon (Émilien Nerón), que sobresalen mostrando un recursos dramáticos excepcionales para unos actores de su edad.

La dirección de Phillippe Falardeau (autor también del libreto), es de una gran astucia, pero está rodada desde el corazón, teniendo muy claro cómo tocar la fibra del espectador, pero sin llegar a buscar un sentimentalismo de bajo calibre, puesto que el film se siente más cómodo en su faceta aleccionadora que en su vertiente dramática.

Utiliza el paso de las estaciones de manera inteligente, como un termómetro emocional que pasa del frío comienzo del curso en invierno (donde aparece la figura de la muerte), a su finalización en la cálida primavera (etapa relacionada con la vida, el crecimiento y la metamorfosis). El equilibrio es fundamental en una obra que se balancea sobre temas espinosos y es así gracias a un trabajo detallista, una gran apertura de miras y un compromiso hacia un espectador poco acostumbrado a recibir lecciones.

Profesor Lazhar

La tan necesaria educación emocional

El film es una master class de cine social comprometido, invita a la reflexión posterior sobre las rígidas formas de la base de un sistema educativo global, que a la vista está que falla desde sus cimientos. Y en donde la enseñanza se ve sometida a la simple acumulación de contenidos, sin ningún tipo de filtro emocional, y dejando de lado la pedagogía al cargo de unos padres a los que se le presupone aptos y con la obligación moral de educar a sus hijos, sin comprender que el aprendizaje para los niños es continuo y no se puede abandonar cuando ingresan en las aulas.

Además el realizador aprovecha para rendir un homenaje al tránsito de la niñez, y hace especial hincapié en “el método”; Cuando el profesor Lazhar apuesta a contracorriente (y a su vez el film) por la comunicación, la proximidad natural entre profesor/alumno, reventar burbujas y romper tabúes, cuando domina la tendencia de la sobre-protección, el aislamiento y la evasiva hacia los pequeños, obviando la fortaleza de algunos y la fragilidad de otros, que sienten y padecen, son conscientes de todo los que les rodea y necesitan expresarse, con las herramientas adecuadas.

Aprendamos de ello y asimilemos que enseñar y educar, por sentido común, deben ser compatibles, por el bien de la educación, la cultura y la sociedad de hoy y mañana.

 

Mi puntuación: 7,5

  

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