Bart Layton realizador del notable documental ‘El impostor’ debuta en un largometraje de ficción con ‘American Animals’. Un ingenioso (docu)drama de robos y atracos de carácter independiente que nos explica un hecho real ocurrido en 2004.
No está basada, fue un hecho real
La historia narra el momento en que cuatro jóvenes estudiantes universitarios de familia acomodada planean el robo de algunos libros antiguos (como algunos de la colección ‘Birds of America’ o un volumen único de Darwin) de la Biblioteca de la Universidad de Transilvania (Kentucky) valorados en millones de dólares.
La película cuenta con algunos de los actores jóvenes más prometedores como Evan Peters (‘AHS’, ‘X-men: Días del futuro pasado’) o Barry Keoghan (‘Dunkerque’, ‘El sacrificio de un ciervo sagrado’). La narración mezcla realidad y ficción, incrustando entre escenas, entrevistas directas a cámara con los chavales que planearon el atraco en la vida real. No en vano, el realizador confiesa que sin el honesto testimonio de estos chicos ni siquiera hubiera pensado en realizar el filme.
Este recurso, más allá de subrayar la experiencia en el género del propio realizador, también obedece a la visión del propio Layton hacia unos personajes que por su manera de actuar bien parece que creen estar viviendo en el rol de los protagonistas de ‘Atraco Perfecto’ de Kubrick o dentro del elenco de ‘Reservoir Dogs’ de Tarantino. Sin embargo, aunque a nivel divulgativo, estos añadidos “reales” enriquecen al filme también lo desaceleran a nivel de ritmo y le restan cierta intriga para todos aquellos que desconocen la historia verídica.
El desencanto de la juventud
‘American Animals’, más allá de focalizarse en un delito tan curioso como extravagante, pretende poner en el aparador las frustraciones de una generación de jóvenes educados, cultos y bastante ociosos. Pero que sin embargo viven desorientados y con una inquietud de buscar una identidad, de encontrar algo que les motive para salir de una vida mediocre y carente de emociones.
En conclusión, la cinta ni justifica ni penaliza lo que acometieron, simplemente lo expone hacia la reflexión. No sabemos si los chicos fueron sumamente estúpidos o si vieron demasiadas películas (o quizás demasiado pocas) pero lo que queda claro es que la vida real, al contrario que en el cine, el final suele ser implacable.
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