Cuatro décadas han transcurrido desde que el maestro John Carpenter marcara a toda una generación con ‘La noche de Halloween’. Un filme de serie B crudo, violento y en el contexto de la época, absolutamente terrorífico. Ningún título había impactado tanto en Estados Unidos (y por ende a nivel mundial) desde ‘Psicosis’.
La película original fue imitada hasta la saciedad y reformuló los cánones de un nuevo género de éxito, el slasher. Lamentablemente esa explotación acabó derivando en secuelas cada vez más infumables. Quizás por falta de ideas o por esa necesidad que tiene el mundo del cine de remarcar un mensaje concreto.
Reiniciando una saga inmortal
Así que cada generación ha tenido su propio Michael Myers. Si en el veinte aniversario la franquicia seguía la estela de la moda “Scream” y hace una década Rob Zombie nos ofreció una reinterpretación del personaje en un remake cuestionable pero no exento de méritos. Esta vez Blumhouse Productions (productora especializada en el horror y el fantástico) recrea y reinventa este universo contando con David Gordon Green (‘Stronger’) en una apuesta por ignorar todo tipo de secuela y continuar la leyenda del Boogey man (el hombre del saco) partiendo del original de 1978.
En esta actualización de ‘Halloween’ tenemos a una veterana Laurie Strode lejos de aquella “scream queen” de los setenta. Ahora figura como una toda una superviviente, abuela y madre traumatizada, prisionera de sí misma como consecuencia de la matanza ocurrida cuarenta años atrás en Haddonfield. Desde entonces Michael Myers está recluido en una institución mental y no ha mostrado un ápice de humanidad. Ambos parecen esperar pacientemente a que el destino les regale una (pen)última confrontación.
Una cóctel de horror no del todo satisfactorio
En el guión escrito por Gordon y Danny McBride se nota el respeto al material de Carpenter (de hecho el realizador de ‘La cosa’ compone parte de la banda sonora). El argumento no inventa cosas nuevas y tira del factor nostalgia utilizando muchos de los clichés argumentales de antaño (incluso calcando algunas tomas, diálogos y escenas del clásico y las “repudiadas” secuelas). Carpenter compensaba la falta de medios, con una tensión creada desde la austeridad, sin excesos. En cambio la nueva visión pretende asustar usando recursos facilones como “jumpscares”, dejando una sensación agridulce al espectador.
No hay duda que esta ‘noche de Halloween’ tiene buenos momentos ofreciendo a los fans lo que esperan ver; Homenajes contínuos, niños asustados, violencia salvaje e imágenes desagradables del frío y cruel antagonista desatando el caos en Haddonfield. Pero entre masacres la película tropieza olvidándose de trabajar con esmero el drama y relación entre personajes.
Una Irregularidad que se ejemplifica en el triángulo abuela-madre-nieta que bien podría lanzar un mensaje tan vigente como el del empoderamiento femenino pero que no acaba de funcionar. Seguramente porque salvo Laurie (gracias al esfuerzo de Jamie Lee Curtis) el resto parecen comparsas. El caso más evidente es el de el doctor Sartain (Haluk Bilginer) bautizado por la propia protagonista como el nuevo Loomis (Donald Pleasence), un tipo obsesionado con la naturaleza de Myers, que podría haber dado mucho más juego en la trama.
Con el mal no se juega
¿Se libra de la quema? Sí, porque pese a todo la película remonta en un clímax ágil y cargado de tensión en el cual el inevitable enfrentamiento final sí está a la altura. Otra cosa es replantearse los mensajes profundamente conservadores que transmite su desenlace; “El enemigo no se le debe pretender comprender, hay que destruirlo”,”Para acabar con un monstruo, debes convertirte en monstruo”.
Si Carpenter utilizaba la figura del boogie man para poner en alerta a una ciudadanía relajada y confiada ante el periodo placentero del gobierno de Jimmy Carter (un momento de auge económico de un país que aún sufría los traumas de la guerra fría, Vietnam y el paso de Nixon). Gordon lo utiliza para reflejar a una contradictoria sociedad actual de la era Trump; Igual de asustadiza pero desconfiada, a la defensiva y completamente convencida de la pertenencia de armas como símbolo de protección y afrenta de un mal que acecha sin rostro, silencioso e incansable.
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