Existe un espacio en el mundo del cine para esos “thrillers a contrarreloj” con protagonistas que toman la determinación de ponerse el mundo por montera y desafiar al sistema en pro de su familia, que anda en verdaderos problemas. Si, es cierto que la primera que viene a la cabeza es la franquicia con tintes “fascistoides” ‘Venganza’ con Liam Neeson matando terroristas a diestro y siniestro. Pero sin irse a esos extremos tenemos a Mel Gibson enfrentado a una serie de secuestradores en ‘Rescate’ (1996), o Jodie Foster en ‘Plan de Vuelo: Desaparecida’ (2005), incluso Denzel Washington intentando salvar a su hijo enfermo en ‘John Q’ (2002). Todas estas cintas de tensión creciente y ágiles de ritmo son hijas bastardas del maestro Hitchcock en mayor o menor medida.
‘Fractura’ aspira a entrar en esa categoría, donde tenemos a un Sam Worthington (‘Avatar’), que interpreta a Ray, un ex-alcohólico que lucha por mantener a su familia a flote. El protagonista viaja junto a su mujer y su hija por carretera de regreso a casa tras una infructuosa Cena de Acción de Gracias, y, mientras hacen una parada en una zona de descanso la niña tiene un accidente y sufre una aparatosa caída, rompiéndose el brazo. Los tres ponen rumbo al hospital, y, tras mucho tiempo de espera, por fin logran que sea atendida. Agotado, Ray se queda dormido para descubrir tiempo después, y para su sorpresa, que su no hay rastro de su familia. Lo peor es que en el hospital insisten que nunca estuvieron allí. Empieza entonces la búsqueda desesperada de Ray con el fin de resolver el misterio.
En manos de un asiduo del thriller psicológico
La cinta corre a cargo del prolífico Brad Anderson, que se maneja bien en el terreno del suspense psicológico; cintas como ‘Session 9’ (2001), ‘El maquinista’ (2004) o ‘Transsiberian’ (2008), así lo atestiguan. Y si ‘Fractura’ en su primer acto va un paso más allá aprovechando para meter el dedo en la llaga sobre las marañas del sistema sanitario estadounidense: los inacabables registros, las dificultades y limitaciones del seguro médico, las inevitables esperas… No insiste mucho en la denuncia, y apuesta por esos lugares comunes más cómodos para su realizador; el suspense, el misterio, los ambientes lúgubres… y un protagonista sumido en la incomprensión, angustia y frustración ante una situación complicada.
Es precisamente en esa atmósfera asfixiante donde el filme coge fuerza, siempre enfocada desde el punto de vista de Ray, que nos deja ver a través de su infierno personal, en forma de flashbacks que aportan más información sobre su pasado, pero que no son más que piezas añadidas dispuestas a enredar más el rompecabezas de la trama.
Suma a favor la interpretación de Worthington, que se maneja con soltura en este tour de force tan particular, especialmente en las secuencias más “físicas” (demostrando su experiencia en action movies) y realiza una de sus interpretaciones más sólidas y complejas, no es que el bueno de Sam se haya convertido en un gran actor, pero hay que ser justos ya que él sostiene prácticamente solo el filme. Los secundarios apenas son recordables, ni siquiera su mujer Joanne (Lily Rabe) ni la pequeña Peri (Lucy Carpri).
Un guión de lo más “fracturado”, pero que… es eficaz
Finalmente, y pese a bien-hacer de su realizador y protagonista, la cinta sucumbe por las debilidades de un libreto -firmado Alan B. McElroy, guionista de la franquicia de terror “Slasher” ‘Wrong Turn’(‘KM666’)- algo facilón, previsible y de lo más frecuente en este tipo de filmes. Sin embargo, cuando nos damos cuenta… la película ya ha pasado, y hemos caído de lleno en la trampa.
La película ya está disponible en Netflix.
Tráiler oficial