¿Qué pensaría un alienígena que ha llegado a la Tierra y, sin ningún tipo de información previa, debe convivir con los seres humanos? Que se lo pregunten a Ryan Kruger, director de ‘Fried Barry’, epopeya psicotrópica ambientada en las calles de Ciudad del Cabo.
Callejeros: Ciudad del Cabo
Tras una noche de drogas, Barry, un tipo que aunque tiene mujer e hijo solo piensa en pincharse heroína, es abducido por una nave alienígena. A las pocas horas regresa a la tierra, pero quien en realidad lo hace es alguien de la especie que lo secuestró, disfrazado con su cuerpo.
Lo que vendrá a continuación es el periplo de este personaje por la noche de la ciudad, llena de personajes que van hasta arriba de drogas o alcohol. Evidentemente durante estas primeras horas no faltará el colocón con sustancias, el baile desenfrenado y el sexo bizarro.
Ryan Kruger no se anda con chiquitas: nos muestra la parte más fea de Ciudad del Cabo, suponemos que la zona baja donde se concentra la delincuencia y la mala vida. Más allá de aleccionarnos, el director hace que sigamos a este Barry (le llamaremos así, aunque en realidad de Barry sólo tenga la fachada) y seamos partícipes de su fiesta desenfrenada, una fiesta en la que participa como mera experimentación. El alienígena se limita a imitar lo que ve, sin juzgar; repite frases que ha oído, por incómodas que sean, se deja hacer en el sexo independientemente del género de su pareja, o consume lo que le echen. “Total, ¿si lo hacen los autóctonos por qué no lo haré yo?”, debe pensar.
En este sentido hace un buen trabajo Gary Green, actor con un aspecto muy peculiar que le va como anillo al dedo al personaje. Ya sea porque va hasta arriba de algo o porque se sorprende al descubrir la naturaleza humana, Barry reacciona de mil maneras faciales ante lo que le pasa.
Curiosamente, esta primera parte de la película, que a ratos nos recuerda al programa más desfasado de ‘Callejeros’ (muchos secundarios que aparecen no desentonarían en el formato del canal Cuatro), es la parte más divertida de la cinta. Casi sin argumento (hay concatenación de acciones pero poca coherencia) resulta un desfase agradable de ver… si se es amante del cine underground, claro está.
El problema de intentar ponerse serios
Curiosamente, todo cambia cuando ‘Fried Barry’ intenta ponerse más seria. Después de un incidente, el bueno de Barry se ve metido en un asunto de lo más peliagudo que lo hace cambiar de escenario.
En estos nuevos escenarios la película quiere trascender más y se esfuerza en contar una historia. Incluso podemos intuir cierta crítica social. Ahora bien, a pesar de los esfuerzos, lo que Ryan Kruger consigue es que su película pierda fuelle, pues visto lo visto se le da mejor la radiografía del lumpen sudafricano que el intento de escribir una historia con cara y ojos.
Así, sin comerlo ni beberlo, pasaremos de un inicio a lo ‘Callejeros’ a un final que nos puede recordar a ‘ET: el extraterrestre‘ (evidentemente sin el componente aleccionador, incluso ñoño, que tiene Spielberg).
De hecho, es una pena que una película que podía llegar a ser algo provocadora, o al menos entretenida sin cortapisas, decaiga en lo mismo de siempre, en intentar ofrecer algo más que el espectador no ha pedido.
Un experimento que se queda a medio camino
‘Fried Barry’ podría haber llegado a ser otra película de culto sobre el mundo de la noche y el abuso de sustancias. Se intuye cierto talento en la realización de Ryan Kruger y el trabajo histriónico de Gary Green es digno. Sin embargo, la película se queda a medio camino al no rendirse totalmente a lo underground e intentando justificar su existencia añadiendo un intento de trama dramática y un componente aleccionador.
En resumidas cuentas, que si esto hubiese sido un experimento de los alienígenas se hubiese quedado a medio camino: o te rindes a lo bizarro o haces una película con un guion más redondo… el término medio no suele funcionar.
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