Sitges 2020: Vicious Fun

Evan Marsh en ‘Vicious Fun’

El revival de los ochenta parece que no nos quiere dejar, los ejemplos de ‘Stranger Things’ y ‘Cobra Kai’ son los más próximos, cuando al final resultan una fórmula que como todo en la vida, acaba por agotarse.

‘Vicious fun’ se sube a este carrusel, y aprovecha la alargada moda “ochenter” para rendir homenaje a aquellas cintas de terror de psicópatas de la época, los denominados “Slasher”, un sempiterno subgénero popular que ya en su momento nos dejó obras remarcables y degeneró en numerosos subproductos y secuelas de dura digestión.

Su punto de partida es cuanto menos curioso: Joel, un joven pretencioso crítico de cine de los 80 que trabaja para una publicación local de terror y con ínfulas de guionista, se ve inmerso accidentalmente en un grupo de terapia de psicópatas, donde encontramos réplicas de varios de los asesinos en serie más famosos de América (J. Wayne Gacy, Andréi Chikatilo, Ted Bundy…) y el pobre Joel debe fingir integrarse en entre ellos para no convertirse en la siguiente víctima.

Julian Richings en ‘Vicious Fun’

Un buen punto de partida, que pronto desfallece

Tras un arranque prometedor, cuando la trama tiene que dar un poco más de sí no hay un atisbo de originalidad, ni de solidez que la sostenga. Eso sí, es innegable que el canadiense Cody Callahan (Antisocial, 2013) realizador y co-guionista de la cinta, es conocedor del género y se sabe todos los códigos e iconografía de la época. De hecho, la ambientación y la banda sonora, son un acertado calco de algunas de las obras del cine propias de John Carpenter o el mismísimo Wes Craven. Callahan, utiliza todas esas cartas aparentemente ganadoras destinadas al espectador más nostálgico.

Si bien se acepta que el tono del filme es cercano a lo paródico, y los personajes son casi caricaturescos, -con unos comportamientos que dejan mucho que desear- ni siquiera en ese contexto el filme funciona del todo. Los gags no son tan gamberros y divertidos como pretenden ser, ni los intérpretes tienen el don de la comedia, precisamente. Tanto su protagonista Evan Marsh (‘Shazam!’) como su antagonista, Ari Miller (‘Orphan Black’) resultan tan histriónicos por momentos que uno respira aliviado cuando desaparecen de plano. Resulta mucho mejor Amber Goldfarb (‘Helix’), en el papel de la enigmática y carismática Carrie.

Sin atisbo de sorpresa ni vuelta de tuerca en la historia, el autor finalmente acude a lugares comunes y escenas cargadas de violencia y gore, intentando emular de un modo efectista las frecuentes muertes macabras que podríamos ver en un ‘Viernes 13’ o ’Halloween’ cualquiera. Sin embargo, da la sensación que hasta en este punto, la cinta racanea. Algo que no ocurría con las obras de antaño, que a pesar de ser en su mayoría morralla infumable, compensaban la falta de medios y pretensiones, con generosas cantidades de carne, vísceras, sangre y lo que hiciera falta.

Amber Goldfarb es Carrie

Poco “vicio” y poca diversión

No esperábamos en ‘Vicious fun’ una reformulación del ‘Slashercomo en su día consiguió Wes Craven con ‘Scream’ (1995), ni un homenaje de autor como se marcó Quentin Tarantino con su visión del género en ‘Death Proof’ (2007), pero al menos sí que se le podía pedir que fuera entretenida y refrescante como en su momento lo fue ‘Las últimas supervivientes’ (The Final Girls’, 2015) o al menos, mucho más pasada de vueltas (en eso los orientales son únicos) y eso, lamentablemente… no lo consigue.

Tampoco es que el filme sea un absoluto desastre, pero se queda a medio camino de ser atrevida o medianamente relevante. O eso, o es que quizás -como el protagonista del filme- pecamos de ser unos listillos pedantes que en realidad, no hemos sabido verle la gracia. Que cada uno vea y juzgue, pero ante la duda, uno siempre se queda con el original… y no con la copia.

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