Que Christopher Nolan se haya ganado a pulso ser uno de los cineastas más relevantes de la historia contemporánea del séptimo arte es un hecho contrastado, esencialmente tras las brillantes ‘Origen’ e ‘Interstellar’. Sin embargo, tras contemplar su última obra, la cacareada ‘Tenet’ pese a que es tan ambiciosa o más que aquellas, su resultado final no nos deja ni de lejos tanto poso.
Es innegable que ‘Tenet’ es una cinta con un sello identificable en la filmografía de su realizador: espectaculares y laboriosas escenas de acción, un estilo narrativo nada convencional y un desarrollo de personajes tan dispar como discutible.
La trama gira en torno a un agente de la CIA sin nombre (John David Washington), al que se le atribuye la misión de localizar el origen de una nueva arma que puede ser la causa de la tercera guerra mundial que presumiblemente acabará con el mundo tal y como lo conocemos.
Arranque al más puro estilo Bond
Lo cierto es que el argumento bien podría ser una nueva entrega de James Bond -es vox populi que el personaje de Ian Fleming es una predilección de Nolan-; con sus tiroteos, persecuciones, parajes exóticos, una bella dama en apuros y un excéntrico villano de origen soviético con planes apocalíptico-megalómanos. De hecho, cuando más funciona la historia es cuando se mueve por estos derroteros, el del cine de espionaje más puro.
Sin embargo, conociendo como carbura la mente del autor y su gusto por darle vueltas de tuerca y retorcer al máximo las tramas, sabíamos que no se podía conformar con una clásico thriller de espías y en un afán de ir más allá y desafiar al espectador, a partir de cierto punto, comienza a añadir múltiples elementos más propios del género de la ciencia-ficción/fantasía. La aparición de conceptos como la entropía, paradoja, la pinza e inversión temporal se revelan como el gran “factor X” del filme, pero que pese a su complejidad, no se demoran demasiado tiempo en argumentar, para que nos los vayamos encontrando por el camino.
De todos modos, aunque ‘Tenet’ no sea la clásica cinta de viajes en el tiempo, tampoco es que sea realmente difícil de explicar, de hecho resulta mucho más accesible que muchas otras obras de corte similar. Más bien resulta confusa, enrevesada… un rompecabezas que va abriendo incógnitas sucesivamente y prácticamente no hay tiempo para asimilar lo que está sucediendo ni todos los factores que entran en juego.
Inversión total hacia la ciencia ficción
De hecho el protagonista -un ente reflejo del propio espectador- que es víctima de todo este universo repleto de mensajes cifrados y jerga científica casi ininteligible, en un determinado momento recibe un mensaje directo: “No pretendas entenderlo, siéntelo”, una frase que puede servir casi como un mantra para poder justificar todo aquello que veremos en pantalla aunque resulte de lo más inverosímil.
Además, si bien la cinta está cargada de numerosas escenas de acción remarcables y de un ritmo envidiable: peleas contra enemigos “invertidos”, la explosión de un avión (real) de gran tonelaje, persecuciones imposibles por la autopista o una gran batalla entre dos ejércitos utilizando técnicas de inversión temporal como estrategia de combate… Todas estas secuencias resultan estimulantes como experiencia audiovisual y plausibles hasta la extenuación en todo el apartado de planificación y ejecución técnica, pero ocupan demasiado espacio en el metraje y acaban por ser un lastre.
La clave no esta tanto el “qué” sino el “cómo”
Y más teniendo en cuenta el gran déficit del filme, un desarrollo mísero para unos personajes que resultan extremadamente planos, que van para un lado y para el otro cumpliendo sus misiones pero que resulta imposible crear un vínculo emocional con ellos porque no hay un mínimo de trasfondo que los sustente. Especialmente “el protagonista”, que aunque evoluciona sustancialmente resulta de lo más hierático y distante posible durante gran parte del metraje. No tanto por demérito del actor -del que se le intuyen buenas maneras-, sino más bien por las exigencias de un guión tan torpe como encorsetado.
Algo mejor enfocados están los secundarios, especialmente Pattinson, que -a diferencia del resto de reparto- funciona perfectamente como Neill, ese escudero enigmático que sirve de “ángel de la guarda” del protagonista. La química entre Pattinson y Washington es tan real como visible pero lo mejor de su relación nunca llegaremos a verlo “in situ”. Otros secundarios como Aaron Taylor-Johnson o incluso Michael Caine, apenas nos dejan pinceladas en forma de apariciones esporádicas en la historia.
Pero sin duda, el colmo se lo lleva Sator, el oligarca ruso, ese enemigo principal perpetrado por un Kennegh Branagh que aún y tirando de oficio, -y pese a dar muestra de sus ambiciones y debilidades-, resulta estereotipado en exceso cual villano de Bond clásico. Finalmente Kat, la esposa del mismo (interpretada por Elizabeth Debicki), que siendo un personaje prometedor y fundamental para el devenir de la trama, no tiene mayor rasgo característico que el hecho de insistir una y otra vez su condición de madre preocupada por el futuro de un hijo -que curiosamente apenas vemos ni aparece en pantalla-.
“El tiempo en tus manos”
En el fondo, detrás de toda la pirotecnia y vaivenes temporales, la idea conceptual que maneja la película nos desvela un mundo en seria amenaza en manos de los caprichos de los más poderosos. La alternativa para un futuro esperanzador para las nuevas generaciones pasa por mirar hacia atrás y actuar en consecuencia para no cometer los mismos errores que nos han llevado al desastre. Tiempo y medios hay para resolverlo, pero todo tiene un límite.
En definitiva, Nolan nos deja un filme tan entretenido como desigual, repleto de grandes ideas, apabullantes escenas de acción y todo un laberinto narrativo de idas y venidas en formato “palíndromo fílmico”, que no da pie al despiste -ni casi al respiro- pero que va de más a menos entre otras cosas por la planicie de unos personajes que casi parecen los autómatas de ‘Westworld’. ‘Tenet’ puede contentar a todos aquellos que realmente se dejen llevar con el magnetismo que desprenden las grandes superproducciones, pero dudamos que sacie a gran parte del público medio por su falta de equilibrio entre lo visual y lo emocional.
Expectativa y legado
En su momento sir Alfred Hitchcock, fue tachado de excesivamente pragmático y comercial -como si fuera algo peyorativo-. El cineasta londinense pese a no tener siempre la unanimidad de crítica y público, fue fiel a su idea y, con sus fobias y obsesiones, nos dejó un legado imborrable. En Nolan -al que se le ha comparado más o menos afortunadamente con él- detectamos que aunque no ha perdido su identidad y sigue apostando alto, esta vez… su resultado final no ha acabado de cuajar.
De todos modos, el realizador británico sigue estando por encima de la media y aunque esta vez ha patinado… no suspende. La calidad está ahí en un listón que él mismo ha puesto por las nubes. Por trazar un paralelismo sería como un prestidigitador de renombre que es consciente que se espera mucho de él, pero que aunque ya se le conocen (casi) todos sus trucos quiere -y puede- seguir sorprendiendo.
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